
Monstruo del desamor


3 a. m.
La huella de su labial carmesí aún sigue tatuada al borde de una taza de café vacía, y en el sofá de su aniversario, casi puedes ver el contorno de sus brazos.
Te acurrucas en un sillón que también solloza por su engaño. Los cristales de una botella que en un fogonazo de rabia has lanzado, aún se encuentran desmigados a tus pies, moteando el suelo de destellos afilados. En la forma irregular de los cristales puedes ver su rostro de ángel y su sonrisa de demonio. Puedes ver flashes del pasado, esos que antes no dolían, pero en este momento, cada fibra de tu cuerpo desgarra. Puedes ver el reflejo de tu propia testarudez; pues iluso creíste que ella sería tu antídoto, cuando resultó ser el más letal veneno, uno del que bebiste encantado.
Tal vez conocerla fue como activar una bomba de relojería en tu corazón, y olvidar que, tarde o temprano, el conteo acabaría.
Las imágenes del fatídico viernes en que ella se fue son una película interminable que se rueda en tu cabeza.
Vuelves a escuchar el repiqueteo de sus tacones contra la madera, componiendo una canción sin letra. Vuelves a verla ahí, en tu propia cocina, aprisionada entre los brazos de un extraño. Vuelves a escuchar la mezcla de sus voces, esos «te amo» que nunca te dijo, esas promesas que nunca te hizo. Vuelves a oír el chasquido que hizo eco dentro de ti, cuando sus labios lento se entregaron a los de otro. Casi puedes sentir la cólera diluyéndose en tus venas cuando sus ojos se alinearon con los tuyos y su rostro palideció, creyendo que esa noche volverías tarde, como siempre lo hacías.
Tan farsante ella, tan ciego tú... Bailando sobre una cuerda floja entretejida con mentiras, creyendo tontamente que ninguno resbalaría.
Lo que no se te cruzó por la cabeza ni por asomo, era que la autora de tu dolor se plantaría ante tu puerta semanas después, cargando consigo esas palabras que apuntaron directo a tu pecho malherido.
—Mataría a cualquier monstruo por ti —te prometió, las piedras azules de sus ojos recubiertas por un fino manto de lágrimas.
—No lo harías —le confesaste a secas.
—¿Por qué? —te inquirió.
—Porque el monstruo eres tú.
Al día siguiente, despertaste con la noticia de que, quien alguna vez fue el amor de tu vida, se había suicidado.
Decidió defender su promesa, aun si eso significaba acabar con ella.


